Por las mañanas las obligaciones de toda persona, el estudio, el trabajo, etc. De las 7 de la tarde hasta altas horas de la noche fue el momento de pulirnos, de reparar errores, todos, cada día, fuimos sumando una nueva figura a lo que sería el baile, la música sonaba y a practicar, nos equivocábamos, volvíamos a comenzar, y de nuevo, volvíamos a equivocarnos y a comenzar de nuevo. Por momentos bromeábamos, hacíamos figuras payasescas para alegrar un poco a los demás, y a nosotros mismos. Luego volvíamos a empezar, así iba oscureciendo, cada uno a su casa a descansar, porque al otro día teníamos que ensayar de nuevo.
En la mañana otra vez las obligaciones y en la tarde seguíamos agregando nuevas figuras al baile, nuevos errores, nuevas repeticiones, hasta algunas discusiones, o diferencias, pero todas llevaron a mejorar el baile y al grupo.
Al cabo de semanas, la misma rutina, obligaciones, ensayo y a descansar, pero el baile se iba completando y alcanzando la perfección, casi todos tenían incorporada la coreografía completa.
Días después el baile alcanzó la perfección técnica pero todavía faltaba “probarlo” y ver qué efecto causaba.
El ensayo general, una función sin público, todos con nuestras ropas, salimos y nos ubicamos en el escenario, tomamos referencias para no olvidar nuestro lugar, comenzó a sonar la música y todos a demostrar lo que aprendimos, todo salió casi perfecto, excepto por algún sombrero y faja que volaron por ahí, fallas mínimas.
Claro que faltaban los aplausos que son el ingrediente principal de todo espectáculo, ya que para que el bailarín significa la aprobación, y su medicina para seguir con las siguientes actuaciones, pero no faltó la alegría y la satisfacción de que todo estaba listo para el “gran estreno”.
Dos días después, hora de salir a dar lo que un bailarín sabe y tiene como don, expresar.
El objetivo ha sido llegar al día de la actuación, y por supuesto que todo salga bien, que la gente aplauda, goce al vernos bailar y se “ enganche”.
Todos con nuestras vestimentas, el baile estaba completamente pulido, pero podía pasar, sabíamos que dentro de unos minutos, la música comenzaría a sonar, y los nervios comenzarían a notarse, pero ahí está la diferencia entre una persona común y un bailarín de sangre, el bailarín se tiene confianza, porque si se equivoca, improvisa, y su sonrisa sigue con la misma extensión pero por sobre todas las cosas, ama, estar en el escenario.
La persona común solo sube, sigue la música y baja.
El bailarín se identifica en el escenario, siente que es su lugar de expresión, sabe que ahí, es solo él, el bailarín sabe ser.
Y salimos al escenario, la receta, ser nosotros, gracia y naturalidad. Sonreímos y olvidamos que había personas conocidas mirándonos, pero no olvidamos que había un público al que había que deleitar, muchas caras para hacer sonreír.
La música sonó y nuestro cuerpo “se conectó a ella”, seguimos la secuencia, los minutos pasaron, se acercaba el final, tanto ensayo para siete minutos, pero salió todo bien, excepto por unas ojotas y unos sombreros que quedaron en el camino, detalles que “hacen al baile”.
Y la gente nos aplaudió, música para nuestros oídos, la “aprobación”, la gente lo sintió real, saludamos al público y bajamos.
Una vez abajo, el abrazo, las lágrimas de emoción de que todo haya salido bien y la gente siguió aplaudiendo, nuestros corazones acelerados completamente. Habíamos cumplido, todo un alimento para el don que Dios nos dio.
Y los bailarines cumplimos las secuencias de la vida, estudiamos, trabajamos, ensayamos, soñamos, nos equivocamos, temimos, subimos, salimos, nos conectamos, bailamos, sonreímos, expresamos, sentimos, disfrutamos, bajamos, nos abrazamos, festejamos, nos alimentamos y aprendimos. Porque subir al escenario fue, aplicar todos los aprendizajes de meses, en siete minutos. Pero a la vez recordar esos siete minutos como eternos, como experiencia y alimento que forman al bailarín como artista y como persona
Gloria Chilo